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RESERVA NACIONAL PAMPA GALERAS BÁRBARA D´ACHILLE

La reserva Nacional Pampa galeras- Bárbara D´Achille, comprende 6 500 hectáreas de tierras de propiedad de la comunidad campesina de Lucanas, ubicada en el Departamento de Ayacucho, en la Provincia y el Distrito de Lucanas.

Su área de influencia alberga un grupo considerable de comunidades campesinas. El manejo de fauna en la Reserva se inició en el año 1965, y a lo largo de más de 30 años de trabajo constante se ha logrado la recuperación de la población de vicuñas. Este restablecimiento ha sido posible mediante el control de la caza furtiva, la prohibición del comercio internacional de la fibra de vicuña y la obtención de asistencia técnica u financiera para impulsar dichas acciones.

En los valles pedregosos es posible encontrar bosques relictos de queñua y quishuar. La vicuña (vicugna - vicugna) es la especie más representativa y abundante en Pampa Galeras y su protección y conservación motivaron la creación de la Reserva. Otra especie importante es el guanaco (Lama guanicoe), que al igual que la vicuña es uno de los camélidos sudamericanos que se encuentran en estado silvestre.

El objetivo principal de esta Reserva Nacional es desarrollar un programa de investigación, conservación y protección de la vicuña, especie nativa y representantiva del pais.

DIVERSIDAD BIOLÓGICA

Aún tienen vigencia las palabras de la gran ecologista y periodista Bárbara D’Achille (1989), quien comentó poco antes de su cobarde asesinato, que:

Vivir del medio ambiente sin destruirlo es el gran reto actual para la humanidad. Y, ya que la producción de alimentos es uno de los mayores afanes del ser humano, es importante determinar los sistemas de utilización de los recursos, especialmente suelos y agua en sus numerosas variantes. (D’Achille, 1989).

 

DE AMBIENTALISTAS Y COMPETITIVIDAD

El calificativo que muchos endosan a los ambientalistas es que son opositores al desarrollo o sencillamente buscan frenarlo por diferentes afanes; no supeditados a la defensa del ambiente. En esta discusión hay un tema más gravitante y versa sobre lo que es el concepto de desarrollo y competitividad. Esta definición implica actualmente tres esferas: la social, económica y ambiental, las cuales deben cohesionarse armónicamente y no prevalecer una sobre otra.

Ser ambientalistas no significa poner zancadillas al desarrollo, sino ser el más interesado en demandar una adecuada gestión ambiental como base del progreso. El ambiente y sus recursos son la fuente generadora de riqueza y ésta se incrementa cuando son aprovechadas sosteniblemente y mucho más si reciben valor agregado.

Sin duda, uno de los recursos ambientales más importantes es el agua. Ésta no solo debe ser garantizada en cantidad y calidad, sino en el tiempo. Es decir, agua para todos y para siempre. La preponderancia del recurso hídrico radica en que no solo es clave para el consumo humano, sino también para los procesos productivos.

El reto es saber la cantidad de agua existente, cuánta se usa y la que existiendo no se utiliza. Ello coadyuvará a plantear cómo gestionarla y darle un buen uso, para incrementar nuestras actividades productivas, logrando más desarrollo y competitividad.

Otro recurso clave es el suelo. Zonificarlo y ordenarlo previene conflictos y es fuente de financiamiento si se maneja apropiadamente los cambios de uso. No olvidemos que las condiciones ambientales son básicas para el desarrollo y están concatenadas indudablemente, a buscar una calidad de vida perenne. Los escenarios sociales tampoco deben generar confianza, basados en una institucionalidad ambiental sólida en pro de un clima de paz social que dinamice las inversiones que promuevan el progreso.

Por todo lo explicado, la gestión correcta no frena el desarrollo. Recordemos que ser ambientalista es propiciar la mejora continua y la competitividad sostenible. Ya en el 2002, Michael Porter lo advirtió cuando investigó y concluyó que los países más desarrollados son aquellos que gestionan de manera conveniente el ambiente mediante una mejor regulación.

Y no es para menos, ya que tener aguas contaminadas y regar con ellas productos agrícolas resta competitividad. No solo porque no podemos exportarlos, sino porque al destinarlos al consumo interno, afectamos nuestra salud que luego tiene que ser tratada en hospitales en su mayoría públicos. Es mejor invertir en una distribución social y ambiental responsable, que solventar gastos de recuperación que no se provocaría si tenemos estándares de calidad ambiental implementados.